La semana pasada di una charla breve en la CAS2k14 sobre los estilos de liderazgo aplicados a organizaciones Lean (guiadas por la mejora continua de sus procesos).
Como no nos dio tiempo a entrar en las competencias asociadas a los diferentes estilos, regalé a los asistentes este cuestionario de auto-evaluación, basado en las propias percepciones de la persona respecto a sus debilidades y fortalezas como líder.
Llevo unos días inundada de mails (mis disculpas porque las respuestas a los cuestionarios tardarán más en salir de lo que tenía previsto), tratando datos y aprendiendo mucho, tanto sobre la herramienta, como acerca de las competencias que suelen ir asociadas y la relevancia de los factores ambientales sobre nuestras aptitudes para el liderazgo.
Por eso quiero comenzar una serie de posts en los que ir ampliando información sobre algunos aspectos que me parecen cruciales. Hoy le toca el turno al «liderazgo inspirado», una de las competencias de inteligencia emocional asociadas al liderazgo y definida hace años por David Goleman. Empiezo por esta porque es una de mis favoritas, de las más difíciles de entrenar y que mejor resultado aporta a un buen líder. Además, resulta ser una de las más escasas entre los managers y líderes formales que me encuentro en el camino.
El liderazgo inspirado es la capacidad de esbozar visiones claras y convincentes que resulten altamente motivadoras, generando un objetivo común que convierta las cosas cotidianas en estimulantes.
En mis propias palabras, diría que es la capacidad de enunciar y dar forma a un sueño colectivo que es viable y deseable, aunque no esté al alcance de la mano (aún). En este sentido, el líder es capaz de recoger la necesidad social y unirla a la potencialidad del grupo para un objetivo que da sentido a lo que hacemos cada día.
El primer paso para hacer algo es pensar que se puede hacer, visualizarlo y contemplarnos dentro de esa nueva realidad. El liderazgo inspirado nos lleva de la mano a esa visión inspiradora y nos invita a unir nuestras fuerzas para llegar hasta allí. Se trata de una de las energías más poderosas que he conocido dentro de los grupos.
Esta competencia es la base del estilo visionario, también formulado por Goleman y del que hablé en la charla.
Un ejemplo que siempre pongo para hablar de esta competencia es el discurso más memorable (en mi opinión, por supuesto) de toda nuestra historia reciente, que ha sido imitado posteriormente por muchos líderes políticos. A la visión debemos añadir la integridad moral de quien habla y todas sus dotes discursivas, el momento histórico y el anhelo de justicia social. Todo eso confluye para que, en nuestros días, aquel sueño ya no sea una visión tan lejana.